Es muy común, y además humano, pensar que pedir ayuda muestra nuestras debilidades. Por eso nos cuesta tanto acudir a los demás cuando lo necesitamos. A veces una cuestión de orgullo, otras veces pensamos que algún día nos pedirán que devolvamos el favor, y otras veces es porque estamos reconociendo nuestras propias limitaciones.
¿Cuántos empresarios han fracasado en su empresa porque se han resistido a pedir ayuda, incluso a sus seres queridos o a personas de su confianza?. Sin embargo, la realidad es que si nos dejamos ayudar y aconsejar por las personas adecuadas ello puede suponer la diferencia entre el fracaso y el éxito. Por ello, en determinadas ocasiones, sobre todo cuando estamos en momentos de cambios o reorganizaciones, pedir ayuda a un externo es lo más inteligente que podemos hacer. Y especialmente en el ámbito de las empresas familiares, en las que el fundador o actual líder de la empresa, llega un momento en que empieza a sentir que no es capaz de tomar ciertas decisiones, por miedo al fracaso o para evitar conflictos familiares, que no obstante, tarde o temprano han de surgir necesariamente. El empresario tiene una gran responsabilidad y por ello adoptar la táctica del avestruz no es la mejor opción.
Solicitar el consejo de expertos lejos de ser un acto de cobardía es un signo de inteligencia, pues de ellos puede depender la continuidad de su empresa y el bienestar de sus familiares y futuras generaciones.